martes, 24 de abril de 2012

Barry Komisaruk testigo de más de 200 orgasmos femeninos

Barry Komisaruk esteneurocientífico norteamericano ha sido testigo de más de 200 orgasmos femeninos en vivo en su laboratorio. Sin más datos, este hombre podría ser uno de los más envidiados del mundo, pero su objetivo está lejos del interés personal. El investigador analiza el cerebro de las mujeres cuando llegan al clímax para comprender los mecanismos que disparan este estado de entusiasmo, qué papel juegan las hormonas, los péptidos y las neuronas, y cómo se podrían provocar esas sensaciones de forma más intensa. «Quiero encontrar una manera de aumentar el placer en la vida de la gente», asegura.

A sus 68 años, Komisaruk trabaja en la Universidad de Medicina de Nueva Jersey y ha pasado gran parte de su vida dedicado a la estimulación vaginal, «profesionalmente hablando», bromea. Selecciona a voluntarias que se autoestimulan en una máquina de resonancia magnética (fMRI, por sus siglas en inglés) para que él y su equipo puedan estudiar las áreas del cerebro que se activan en ese momento. Asegura que cuando llega el climax, el sonido amplificado de las neuronas se asemeja al ruido que hacen las palomitas de maíz a punto de estallar en el microondas.


Las voluntarias se acuestan en la camilla entroncada en un resonador magnético. Es el juguete favorito del doctor Barry Komisaruk en la Universidad de Rutgers. Un aparato que percibe cambios magnéticos en el cerebro y crea imágenes en las que pequeñas manchas de colores indican las redes neuronales que se han activado tras un estímulo.

Una vez reciben la señal de partida, lo único que deben hacer las voluntarias es autoestimularse a gusto bajo una sábana blanca. Las instrucciones son sencillas. Olvidarse del grupo de científicos que observan su cerebro en una cabina cercana y cuando lleguen al punto máximo de placer deben advertirlo levantando una mano. ¡Y no mover la cabeza¡. Al final, la buena voluntad de donar un orgasmo a la ciencia es compensada con 100 dólares.


Desde hace 25 años, Komisaruk intenta armar uno de los rompecabezas más complejos para la neurología: ¿cuáles son las piezas de un orgasmo desde el primer estímulo hasta ese instante en que el cerebro parece más un espectáculo de juegos pirotécnicos?

A través de una entrevista virtual, el neurocientífico, nacido en el Brooklyn y formado en el City College of New York, la Universidad de Rutgers y la estatal de California, explica que el trabajo de estos años le ha permitido derrumbar algunos mitos sobre la sexualidad femenina. Por ejemplo, contrario a lo que muchos afirman, la vagina y el cuello uterino sí son fuentes directas de placer sexual. Otro más: no es cierto que si una mujer sufre una lesión en su médula espinal pierde la capacidad de sentir estímulos genitales e incluso lograr un orgasmo. Esto porque “el nervio vago es el que lleva la actividad sensorial de la vagina y el cuello uterino directamente al cerebro, sin pasar por la médula”.

Más de 200 mujeres han donado sus orgasmos para que Komisaruk y su equipo rastreen las rutas del placer. “La vagina, el cuello uterino y el útero tienen diferentes nervios que transportan las sensaciones a la corteza y esto explica por qué la estimulación de cada área se experimenta de forma distinta”.


Distinta pero no desconectada una de la otra. En el caso de los pezones, los estudios indican que a través de ellos se pueden llegar a encender las mismas áreas asociadas a los genitales. ¿Qué significa esto para Komisaruk? Que todos los caminos conducen a Roma y un paciente con algún daño neurológico que involucre las zonas genitales puede ser entrenado para lograr orgasmos por otras vías.

Pero a pesar de todos estos años y esfuerzos, la “Gran Pregunta” sigue sin respuesta para el científico: ¿Cómo la actividad neuronal produce placer? Más allá de hormonas como la serotonina, la dopamina y la oxitocina, de péptidos que viajan de un lado para otro, de nervios que tejen una red, Komisaruk no logra entender dónde nace realmente el placer. Y esa es la pregunta a la que seguirá dedicando su trabajo.

Durante sus investigaciones, el científico ha aprendido unas cuantas cosas del sexo femenino. Por ejemplo, que el orgasmo es un bloqueante natural del dolor -es capaz de disminuirlo un 50%-, y que aumenta la sensibilidad de la mujer al tacto, por lo que las caricias de la pareja se aprecian aún más. Pero este campo sigue rodeado de misterios, como, por ejemplo, qué función evolutiva cumple el orgasmo femenino, algo que todavía es asunto de debate mientras en el hombre resulta tan claro. Komisaruk cree que hay un propósito para el éxtasis. A su juicio, las contracciones en el útero durante el orgasmo podrían ayudar al semen a alcanzar las tropas de Falopio y conseguir un embarazo. Por otro lado, parece bastante obvio que el placer puede animar a la mujer a copular varias veces y permite una liberación de la tensión muscular del cuerpo.

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